Capítulo 8: Amistades peligrosas
Tras el altercado en la casa y la unión
de la sacerdotisa, el grupo partió hacia la torre del a Orden Hogo
Suru. Un par de días mas les bastó para llegar al gran torreón,
donde corrieron a refugiarse ya que estaban agotados.
Mikashi sentia mucho respeto por volver
a su antiguo hogar y Okimi se limitaba a segur al grupo a pesar de
que ella odiaba la Ordenes del Cielo por sus extremas formas de
actuar frente el problema de los Jigoku.
Nakaru corrió a la gigantesca puerta y
la golpeó repetidamente mientras gritaba desesperado por llevarse
algo a la boca y tener una cama donde dormir, pero Mikashi lo agarró
de sus ropajes por detrás y lo apartó de un empujón bajo una
mirada seria y puso su mano sobre la puerta.
-¡Oye! ¡Mika, no abren!
-No seas impertinente Nakaru, dejámelo
a mi...Yo se manejarme con esta gente...
-¿Pero Mika, que haces con la mano
puesta ahí? -Se preguntaba Taka.
-Ésta puerta sólo responde ante la
presencia de un Sora Sekai...¡Ábrete! ¡¡¡TENGOKU NO MON!!! (
Puerta del Cielo )
Y una onda de energía azul golpeó la
puerta y ésta empezó a abrirse lentamente.
Tras ella se encontraban varios
soldados de guardia. El grupo pasó entre ellos mientras permanecían
en fila, inmóviles y con la cabeza alta. Avanzaron perplejos por lo
lustroso que era el lugar, adornado con preciosas inscripciones,
salmos y pinturas representativas del poder del Cielo.
Tran unos instantes de silencio un
guardia entró en la sala y se les acercó firmemente.
-Que Sora os proteja jóvenes, sed
bienvenidos, acompañadme. -Dijo el soldado de lustrosa armadura.
-¡Un momento! ¿Como que nos
esperabais? -Preguntó Nakaru.
-Tranquilo, la usar mi poder sobre la
puerta mis recuerdos pasaron a través de ésta hasta dar con un
Sacerdote Hikari. En toda Orden hay al menos uno, la mano derecha del
líder de la Orden.
-¡No lo entiendo, peor me da igual!
¡Ahora tenemos que hacer que vayan a matar a ése maldito Jigoku!
-Exclamó con rabia Nakaru.
-¡No es tan fácil, chaval! -Dijo una
voz que se acercaba por un pasillo.
El grupo se sorprendió y de las
sombras apareció un hombre muy robusto con un parche en el ojo y una
lustrosa armadura adornada.
El hombre se presentó como Tyr, lider
de la Orden Hogo Suru e invitó al grupo a acomodarse en una sala
para hablar.
-Mi Sacerdote Hikari me a contado de
donde venís y lo que os a pasado. Nuestro deber es dar caza a todo
Jigoku y hacer justicia con nuestro Dios Sora. Os ayudaremos, pero no
gratis.
-¡Oye! ¡Quiero que nos ayudéis a
vencer a ése Jigoku! ¡Pero yo quiero ir con vosotros! ¡Quiero
unirme a vuestra Orden y ser un Auténtico Cazador de Jigoku!
-Exclamó Nakaru con una sonrisa y gran determinación.
-¡Jajaja! ¡Veo que eres un joven con
energía! ¡No nos vendría mal mas reclutas! Pero permítete antes
que os explique el trato.
-¡NO HAY TRÁTO! ¡Hemos venido a que
hagáis vuestro trabajo, no queremos nada más de vosotros! -Gritó
Mikashi enfadado de repente.
-¿Que te sucede Mika? ¡Ésta es mi
oportunidad para convertirme en lo que siempre e soñado ser!
-Preguntó Nakaru molesto por la actitud del espadachín.
-¡Ahora lo sé! ¡Eres tu Moritaka!
¡Parece que aún no me has reconocido! -Exclamó sonriente el
caballero.
Mikashi reaccionó y se sorprendió al
descubrir que el caballero era en realidad su antiguo camarada, Tsube
Yaka-Ri. Cuando él estaba alistado en la Orden se hicieron amigos
pero ambos eran simplemente unos reclutas del rango mas bajo. Mikashi
no lograba entender cómo había podido acabar siendo el líder de la
Orden y el cambio tan drástico que había sufrido en tan solo unos
años.
-¡Habrá tiempo para hablar de mí,
querido amigo! ¡Pero antes cuéntame! ¡Todos pensamos que habías
muerto!
-Es una larga historia...
El grupo se acomodó mientras el
caballero y el espadachín hablaban. Pasaron la noche cómodamente en
los aposentos de la torre. A la mañana siguiente todos se levantaron
con energías renovadas y volvieron a reunirse con el lider Tyr, esta
vez en la gran sala central donde permanecía en un trono cual rey,
acompañado de un hombre encapuchado con unos largos hábitos y el
sello de Hikari grabado en sus ropajes.
-¡Bien! Espero que hayáis pasado una
noche agradable. Tras conocer vuestra situación y valorarlo con el
consejo de la Orden, os hago conocer mi decisión.
-¡Estoy impaciente! -Gritaba Nakaru
emocionado.
-Vengaremos al pueblo y a la abuela
-Decía ilusionada Taka mientras miraba a Rnki-Rinki.
-Ésto lo hago por Moritaka...
-Murmuraba Okimi entristecida.
-... -Mikashi permanecía sereno y
firme con los ojos cerrados frente a su amigo Tyr.
-¡Aceptamos a Nakaru como aprendiz en
la Orden bajo la supervisión de Moritaka Mikashi, el nuevo Maestro
de la Orden Horo Suru!
Todos quedaron sorprendidos por la
decisión. Nakaru empezó a dar saltos de alegría y a abrazar a
Mikashi, que continuaba serio e inmóvil. Taka también estaba
contenta mientras que Okimi agachó la cabeza con resignación.
-Cuando complete el entrenamiento
marcharemos en busca del Jigoku, antes, un grupo reducido de
exploradores viajarán a pueblo Ayihe para buscar el rastro del
Jigoku y así poderle dar caza.
-¡Gracias Gran Maestro Tyr! -Dijo
Nakaru arrodillándose ante el líder.
-¡No he acabado! Las muchachas se
quedarán en la orden, sirviendo y limpiando.
El grupo no se esperó esa última
decisión. Taka quería acompañar a su hermano a toda costa aunque
no le importaba ayudar de ésa forma a la Orden, pero en el fondo
Okimi no quería volver a ser esclava de nadie más y entre lágrimas
abandonó la sala. Mikashi fue el único que ni se inmutó, aun no se
movía, era como si ya supiera todo lo que iba a decir su camarada
desde antes de entrar a la sala. Entonces abrió los ojos y habló.
-No me gusta...No quiero eso para mí
ni para los chicos, pero aceptamos, es la única forma de lograr
vencer al Jigoku, tendré que resignarme y volver al hogar del que
fui expulsado...
Mientras tanto Okimi corría escaleras
abajo, buscando un rincón solitario en el que desahogarse. Siguió
descendiendo por oscuros pasadizos hasta que alguien encapuchado
chocó con ella, haciendo que ambos cayeran al suelo.
-Disculpas, no te he visto venir...
Cuando Okimi se fijó mas de cerca en
el encapuchado logró distinguir una sucia cara de niña que lloraba
sin parar. Entonces se abalanzó sobre la sacerdotisa y empezó a
gritar entre lágrimas.
-¡Señora, ayúdeme! ¡Esos hombres
nos hacen cosas malas! ¡YO NO SOY UN JIGOKU!
CONTINUARÁ
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